27 de febrero de 2006

Principio del camino

Traigo cosas guardadas.
Tapones y agujeros. Deudas y monedas.
Relojes que se pararon en la noche
y dos piernas que saben sostenerme.

Todo al alcance de la mano.
Todo en la sombra, como violines en su estuche
o piedra en su zapato. Y nadie sabe
cómo fui capaz, ni cómo al esconderlo
me supuse moneda, deuda o minuto suspendido.

Yo no fui la moneda ni la deuda. Fui
las dos piernas y las manos,
pero sin moverme. Traje cosas
guardadas. Ya estoy dándolas.



("Principio del camino" acaba de aparecer en el número 2 de la revista Prisma Volante.)

20 de febrero de 2006

Neckar, agosto, Rojas

al río Neckar, al mes de agosto, a Gonzalo Rojas


En todas las ventanas hay un río, y en donde
no hay ventanas. Una

torre y un
río, porque al hombre

no le dicen dos veces que se aferre
a sus danzas, sus ópalos, sus miserables

monedas. Cuando apenas se abren
las horas iniciales de la noche, ya termina

él de oficiar embrujos y exorcismos,
ya cierra las hogueras como llaves

de un gas inútil. Ya
está de nuevo con sus símbolos,

seguro, cubierto, a buen resguardo, ausente.

*

Las horas iniciales de la noche
y el abandono de las piedras y la encina: las piedras,
que no llevan trazado
el alzamiento de ninguna torre, la distancia
de ningún camino, ésas,
solas,
se desperdigan bajo un árbol
y es adrede.

*

Tres o cuatro monedas
en el fondo, en el
lecho. En un fondo,
tal vez, más impreciso: el del mar,

que no es lecho. Tres
o cuatro, sin huir
del símbolo

como has huido tú
del nombre. No todos
nos llamamos. Tú,
por lo menos,
no te llamas. O podríamos mirarte:
un río, un puño
de monedas. Todas,
en el fondo,

todas las ventanas
son la ventana de una torre.
La más alta
o la única.



("Neckar, agosto, Rojas" apareció en el número 2 de la revista La Cabeza del Moro, del Instituto Zacatecano de Cultura. Desafortunadamente, algunas características tipográficas del poema no fueron respetadas en dicha publicación. Ahora "cuelgo" aquí este poema en una versión algo más fiel a su original.)

9 de febrero de 2006

Un deber por seis

No hace mucho tiempo se me ocurrió declarar que la crítica (entendida en su sentido más trivial, esto es: como una forma peculiar de hacer textos, trátese de reseñas o de artículos de investigación o de conferencias) es el patito feo de la experiencia literaria, para decirlo con Alfonso Reyes. Hoy diría que la crítica, de ser en verdad obligatorio compararla con algún animal, se parece más bien el perro flaco del proverbio: ése al que se le cargan las pulgas. Hablo aquí de la literatura como institución, como práctica socialmente admitida y regulada. Y me pregunto qué pulgas tienden a cargársele a la crítica, y por qué, y en qué medida el perro flaco pudiera incluso buscarle provecho a su desventaja.

Pienso ahora en uno de los breves, austeros y calmadamente valerosos ensayos de Chesterton: el que se titula “Elogiar, exaltar, establecer y defender”. Así enumerados, los verbos del título constituyen el primer verso de un poema de Hilaire Belloc. Dicho verso le sirve a Chesterton para nombrar las que, según él, son las principales ausencias (o, en singular, la principal ausencia: el “gran espacio en blanco”) de la mejor literatura contemporánea. Cada verbo, en la enumeración, va detrás de otro al que invoca y por el que se justifica; y elogiar, exaltar, establecer y defender forman, para el autor de Ortodoxia y la saga del padre Brown, el ético agujero negro, la carencia fundamental de las letras de su tiempo. No saber elogiar nada, ni mucho menos elevarlo con exaltación —menos aún establecerlo en donde se le crea necesario, ni defenderlo en suma—, y resignarse apenas a saber que no se sabe, termina siendo un lastre demasiado grave para todo escritor que busque medirse con los grandes autores de la tradición.

Es importante advertir que las teorías del texto, los modelos de interpretación y los métodos de análisis enseñados en facultades y escuelas de letras no desembocan tanto en una ética como en una pragmática de los estudios literarios. Y tal vez, al parejo de una conciencia de su propia práctica, otra conciencia, la de sus auténticos alcances, exigencias, responsabilidades y aspiraciones, la conciencia de su deber ser, sea lo que necesiten hoy en día la narrativa, la poesía, la dramaturgia y el ensayo. En mi opinión, el poliédrico deber de todo crítico literario (el de ser pertinente, informativo y descriptivo; el de saber explicar, discutir y valorar) terminará conduciéndolo a recobrar para su literatura los cuatro verbos que Chesterton cita de Belloc. Es necesario educarse para decir . El crítico debe saberlo. En palabras de Luis Goytisolo, “el crítico se debe única y exclusivamente a ese organismo inmaterial pero vivo —ya que vive en los lectores de cada momento— que es la creación literaria”; y deberse a ella no significa rendirle ciegos homenajes ni festejarle tantas gracias como sea capaz de ostentar, sino completarla con aquello de lo que, a nivel creativo, carece.



("Un deber por seis" apareció el domingo pasado, 5 de febrero de 2006, en Mural.)